sábado, julio 02, 2005

Querella de las Investiduras.

Uno de los grandes problemas de la época medieval, fue la lucha de los monarcas por influir y mandar sobre la Iglesia y los Pontífices. El Cesaropapismo es una expresión que busca explicar esta realidad. Durante el gobierno de Oton I, Emperador del Sacro Imperio Romano Germano, los emperadores llegaron a establecer una gran tutela sobre la Iglesia. Esta lucha por determinar quien debía investir a los sacerdotes con la calidad de tales, se definió en la llamada: "Querella de las Investiduras". Esta querella consistió en la pelea de la Iglesia en contra del Poder Civil por la Investidura Laica.
A principios del siglo XI graves problemas afectaban a la Iglesia. Los obispos y arzobispos que vivían como verdaderos señores feudales se habían olvidado de sus funciones religiosas.
Los reyes y señores laicos intervenían en la elección de obispos e incluso del Papa, para que éstos fueran de su confianza en los feudos imperiales. Los obispos que ambicionaban tener un feudo, muchas veces compraban sus cargos pagando con la venta de sacramentos.
El Papa Nicolás II el año 1059, estableció que los Papas serían elegidos sólo por el colegio de cardenales y no por el Papa. El primer Pontífice elegido por los cardenales fue el monje cluniacense, Hildebrando, quien adoptó el nombre de Papa Gregorio VII.
Gregorio VII mediante el Dictatus Papae, estableció que la autoridad de la Iglesia no se encontraba sujeta a la de los emperadores. Los obispos no podrían se más investidos por los señores, ni monarcas.
Enrique IV, Emperador del Sacro Imperio Romano Germano, al no estar de acuerdo con esta disposición papal, pretendió deponer al pontífice. Gregorio VII le respondió excomulgándolo y desligando a los príncipes de Alemania de la fidelidad del Emperador.
Enrique IV, debió pedir perdón al Papa en Canossa. Después de pasar tres días descalzo sobre la nieve, el Papa lo recibió y perdonó.
De vuelta en Alemania, Enrique IV, olvida lo prometido y marcha hacia Roma. El Papa debe huir y muere en Salerno. La querella de las investiduras, como se llamó a este conflicto entre la Iglesia y el Imperio, se solucionó en parte, mediante el concordato de Worms (1122). En él se establecía que los sacerdotes y obispos serían investidos por miembros de la Iglesia, los que luego prestarían el juramento feudal de homenaje frente al Emperador.